martes, 29 de noviembre de 2011

La ciudad de humo.

La ciudad de humo no renació de las cenizas; ayudó a construirlas.
Nadie entraba ni salía, al contrario, era capaz de recorrer a las personas por dentro.
Era más fácil respirarla que recorrerla, quizá era la única forma de vencer a un laberinto sin paredes.
Existía un solo camino, de ida. El de vuelta era en caída libre y nadie lo utilizaba.
No tenía esquinas, los habitantes se sentaban a esperar pacientemente en la curvatura de la nada, mientras ciclos infinitos de fuego y oxígeno se repetían a sí mismos en una danza etérea.

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