viernes, 21 de diciembre de 2012

Pie de página.

Una vez, cuando niño, hice una ciudad de papel con recortes de un libro de cuentos. La dividí en dos partes: una parte era fragilidad estructurada; el resto eran cenizas esperando nacer. Mil historias yacían sobre ella. Tenía una sola estación porque era incapaz de soportar cambios bruscos, como la mayoría de nosotros. La hice con dos entradas, pero para mí eran vías de escape. Las calles eran de un solo sentido porque regresarse estaba prohibido. Podía pasar horas imaginando los habitantes: gente común y corriente compartiendo historias bajo sus pies. Los veía levantarse temprano y besar a sus niños antes de tomar camino a sus pequeños trabajos ficticios para luego quejarse de que los días parecían infinitos; lo cierto es que lo eran. Fue bueno por un tiempo, pero entendí que la imaginación también nos puede esclavizar, no hay manera de crear vida sin sesgar un poco de la nuestra como materia prima. En ese momento decidí que debía pasar la página. Era un pueblo, pero lo convertí en humo para cambiarlo de estado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario